Cientos de veces las habíamos visto en la parte de prácticas del libro de biología.
Negras, con unas manchas blancas y redondas, a manera de ojos, y con una apariencia más digna de una caricatura que de un bicho de verdad.
Según la biología, gusanos planos con capacidad para regenerar su cuerpo luego de un asesino corte que las parta por mitad. Todos en el grupo estábamos seguros de que las tales planarias no eran más que un mito inventado por los maestros de la materia para hacerla más interesante. En resumen… una patraña engaña ingenuos.
En eso estábamos, estudiando la reproducción asexual, cuando una de las compañeras se atrevió a lo que nadie habría hecho. Decir en voz alta:
—¡Las planarias no existen, las inventaron los biólogos!
El maestro no se enojó como todos esperábamos. Por el contrario, se deshizo en explicaciones. Que si las planarias eran gusanos planos clasificados como Platelmintos; que pertenecían también a la clase de los Turbelarios.
—¡Ja! Y seguramente viven en algún lugar desconocido al que no podríamos ir a verlas y comprobar que no son una engañifa —replicó la compañera.
El maestro pensó unos segundos. Por un momento creímos que confesaría la invención de esos gusanos que parecen fantasmas percudidos. Lo sorpresivo fue que no, sino que propuso aprovechar el día de campo que se organizaba como convivencia anual. Buscaríamos algunos ejemplares.
—¿No viven en el mar? —pregunté yo.
—Sí, pero también en agua dulce y hasta en lugares muy húmedos.
Al parecer, había un riachuelo muy cercano al sitio donde se había planeado ir de día de campo y para eso sólo faltaban dos fines de semana. Agua corriente, fresca y cristalina, ideal para una provechosa pesca. Vaya valentía del maestro como para seguir con eso hasta el final. Pero en fin, dicen que el pez por la boca muere.
Luego de dos domingos estábamos ahí. No estaba mal del todo y además teníamos el pretexto ideal para chapotear un rato en el río. Con tanto calor, remojar los pies nos vino de maravilla.
Cuál no sería la sorpresa de todos cuando el profesor encontró la primera planaria. Triunfal, con los pantalones arremangados hasta las rodillas y una sonrisa de oreja a oreja, levantó la mano mientras gritaba ¡Una planaria! ¡Una planaria!
Nada qué ver con lo que habíamos imaginado. Un esmirriado y escurridizo animalito negro de apenas dos centímetros de largo. Eso sí, habrá que reconocer que era igualito a como lo dibujaban en los libros una caricatura. Un espantajo de fantasía, un platelminto.
El entusiasmo invadió a todos los paseantes y la reunión se transformó en pesca abundante. Con los pies en el agua, buscábamos ejemplares debajo de las piedras, en las orillas donde la corriente tenía el agua más tranquila. Dos planarias para cada equipo de trabajo fue el resultado. Veinte en total.
El lunes siguiente fue de expectación masiva. Había libro de prácticas, clase de biología, mucho entusiasmo y por supuesto… también planarias. Estuvimos de acuerdo todos en realizar la práctica; aunque, según las instrucciones, más bien parecería una carnicería de gusanos.
Cada equipo debía llevar para el miércoles siguiente un vaso de cristal. Implemento científico de laboratorio, indispensable para hospedar a nuestras mártires de la ciencia biológica. Según el manual, debíamos hacer dos cortes transversales. ¡Uf! Tendríamos que seccionar en tres partes aproximadamente iguales. En uno de nosotros equivaldría a un corte a la altura del pecho y otro por debajo del ombligo.
Bueno, si los famosos gusanos eran capaces de sobrevivir a la confección del picadillo y además regenerar el resto de su cuerpo para tener tres planarias en lugar de una, la biología se habría ganado nuestra credibilidad y los platelmintos nuestro respeto.
Todo se hizo como lo estipulaba el libro. Nos sentimos émulos del doctor Frankenstein. Cada equipo sería responsable de vigilar día a día que no le faltara agua limpia a nuestros ejemplares y además, que efectivamente comenzaran ese proceso casi mágico de la regeneración.
Ocho días después era evidente que, a pesar de haber tenido algunas bajas, las planarias sobrevivientes estaban casi completas. El maestro se entusiasmó tanto que organizó una muestra de la ciencia con nuestro experimento, para que el resto de los compañeros de la escuela tuvieran oportunidad de observar los resultados experimentales.
Compartíamos el entusiasmo e hicimos carteles, averiguamos más sobre los platelmintos, organizamos presentaciones con ilustraciones. Todo un evento, casi un congreso de los expertos en que nos habíamos convertido.
Cuánto aprendimos esos días.
¡Sí!, las planarias existen. ¡Si!, son gusanos planos. ¡Sí!, son capaces de regenerar completamente su cuerpo y los órganos que los componen.
Sí, todo cierto. La biología no mentía, sin embargo estábamos destinados a la cruel fatalidad. La mañana de la presentación, a primera hora, se escuchó un alarido espantoso.
—¡No! ¡Las planarias desaparecieron!
…..Esa apariencia fantasmal no era gratuita. Se esfumaron como lo haría alguno de esos espectros. Cada uno de los vasos estaba en su lugar, pero perfectamente limpio y seco. Ni rastros de los gusanitos.
Nadie avisó a la persona que se encarga de la limpieza en la escuela y al notar que todos los vasos tenían pequeñas manchas negras decidió lavarlos cuidadosamente para evitar que alguien enfermara si bebía de esa agua.
Cuánto aprendimos esos días.
¡Sí!, las planarias existen. ¡Si!, son gusanos planos. ¡Sí!, son capaces de regenerar completamente su cuerpo. Pero lo más importante, es que para ser científico, hay que aprender a marcar y poner avisos cuando hagamos algún experimento.
Hoy en nuestro salón existe una hoja de papel que dice: “Aula dedicada a los platelmintos turbelarios, mártires de la ciencia muertos en el cumplimiento del deber. Regeneraron sus cuerpos, pero al detergente sucumbieron”